No podemos negar que muchas veces comemos o picamos entre horas por aburrimiento, para evitar o calmar una emoción (miedo, tristeza, preocupación…) y no porque tengamos hambre. Resulta a veces difícil saber diferenciar lo que es hambre real o hambre emocional. ¿Te pasa?
Por eso he querido redactar este artículo para hablarte de la diferencia que existe entre estos dos tipos de hambre y después me centraré principalmente en el hambre emocional. Para ello me voy a apoyar en la siguiente imagen que resume la clara diferencia entre ambos dos.
¿Con cuál te sientes más identificado/a? Probablemente si estas leyendo este artículo es porque te preocupa principalmente el hambre emocional. Por lo que voy a centrarme más a hablarte de él.
¿Qué es el hambre emocional?
Es un tipo de ansiedad que nos deriva en comer. Que hace que ataques tu nevera o despensa más de lo que te gustaría, optando en la mayoría de las veces por alimentos no saludables (alimentos procesados, snacks, bollería, galletas, embutidos…).
El ser humano es el único animal que ha logrado darle un valor añadido al acto de comer. Lo ha racionalizarlo y ha hecho que este acto se convierta en algo más que una simple acción para satisfacer la necesidad fisiológica de nuestro cuerpo. Comer para el ser humano es también una oportunidad para compartir, para disfrutar, para probar nuevas sensaciones y experiencias en compañía (amigos, familiares…).
Es una conducta, y como tal, en ella están involucrados muchos aspectos psicológicos. Por lo que, es NORMAL que exista este comer de forma emocional. Cualquier sentimiento en general, sea positivo o negativo, que queráis potenciar o evitar puede hacer que comáis determinados alimentos en grandes cantidades.
Posibles causas de tener “hambre emocional”
El comer emocional es un comportamiento muy arraigado en la conducta de la persona. Se ha llegado a instaurar en muchos casos como hábito y pueden tener varios motivos que lo desencadenen.
- Cierta presión social por parte de la sociedad a ser perfecto/a, por tener una composición corporal determinada o por cumplir unas expectativas irreales marcadas por uno mismo/a.
- Hábito familiar o cultural de comer en exceso en diferentes situaciones (fiestas, celebraciones, fin de semana…)
- Hábito individual de utilizar la comida como vía de escape después de tener una jornada de trabajo dura, una discusión, problema con alguien o para evitar o calmar una emoción ( soledad, tristeza, miedo…)
- Ir de dieta en dieta, con grandes e irregulares periodos de restricción, que llevan un patrón de alimentación irregular. No tener horarios, un orden, saltándose comidas incluso limitándose en determinados grupos de alimentos. Todo ello puede generar ansiedad al considerarlos “prohibidos”.
¿Por qué no todas las personas tienen hambre emocional?
Muchos científicos llaman al intestino el “segundo cerebro“. En él existen multitud de terminaciones nerviosas que hacen que nuestro intestino pueda sentir frente a una emoción concreta. Así como cuando alguien se siente “enamorado” puede sentir las llamadas “mariposas en el estómago”, cuando alguien está nervioso o triste puede tener una respuesta intestinal que afecte su apetito.
Luego , que cada persona responda de una manera u otra, ya es otra cosa. Hay personas a las que se les puede “cerrar” el estómago y a otras “abrir”, y como consecuencia, tener el conocido “atracón” emocional. Lo importante es conocerse a uno mismo, escuchar esa respuesta individual y en función de ello, trabajarlo, para así, poder actuar en consecuencia.
¿Por qué se recurre a productos con muchas calorías y con escaso valor nutricional?
El comer, además de nutrientes y energía, nos da placer, por lo que buscamos comer cosas que nos gustan, que están ricas y sabrosas. Y por desgracia, tenemos accesible, a nuestro alcance gran cantidad de productos que cumplen estos requisitos que no son “saludables” y que, por ello, se consumen con demasiada frecuencia. Aquí entra en juego la llamada Recompensa cerebral. Sensación de placer percibida como consecuencia de una acción (comer un alimento).
Los alimentos que nos aportan placer activan este circuito de recompensa y se sabe que generalmente son aquellos con mucho sabor (caracterizados por ser más ricos en SAL, AZÚCAR, GRASA, HIDRATOS DE CARBONO REFINADOS y más CALORICOS).
Si se mantiene durante mucho tiempo el consumo habitual de estos alimentos con mucho sabor, que activan mucho nuestro circuito de recompensa. Nuestro cerebro se acaba acostumbrando a esos sabores tan intensos y nos los pide de manera diaria, con sensaciones como… “lo necesito”, resulta como una “adicción”. Como consecuencia de ello, el resto de alimentos (frescos y naturales) pueden perder su atractivo siendo percibidos como menos gratificantes y poco deseables. Esta mayor y continua activación determinan y dificultan muchas de las decisiones que se tomamos en relación a la elección de los alimentos.
¿Qué repercusiones puede tener sobre la salud?
Hay que valorar realmente cómo es ese “atracón”. El tipo de alimento que se consume, la cantidad de alimento que se llega a consumir, la frecuencia con la que se dan y la conducta o sentimiento que gira en torno a el. En función de todo ello, el riesgo para la salud física y emocional de la persona puede ser mayor o menor.
Muchas veces, influye mucho la posible desorganización en la alimentación, que incluye comportamientos como saltarse comidas, picar entre horas o seguir a la ligera eso de «ya como cualquier cosa». Son formas de relacionarse con la comida que hacen difícil mantener una dieta equilibrada y saludable. Entonces sería aquí donde estaría poniendo en riesgo a corto y largo plazo la salud.
Utilizar la comida de vez en cuando como algo reconfortante, para tranquilizarnos, para calmar nuestra tristeza… NO es algo malo. Siempre y cuando se haga desde la aceptación, tranquilidad y disfrute del mismo aunque hablemos del consumo de alimentos “no saludables” o no “recomendados”.
El problema reside cuando….
Comer es el principal mecanismo de afrontamiento que tiene una persona para calmar su tristeza entrando en un circuito no saludable. Cuando se realizan ingestas muy elevadas y compulsivas de mucha frecuencia, ocasionando problemas intestinales y emocionales con posteriores sentimientos de culpa. De ser así, no se logra disfrutar de la comida y mucho menos, desaparece la emoción. Por lo que seria lo que habría que trabajar.
Es decir, cuando no se trabaja o se solventa el problema real que ha derivado a tener este “hambre emocional”. Si no se trabajan esas emociones, sentimientos o hábitos arraigados, solo se ocultan o se disfrazan, con la comida es cuando la situación empeora.
La emoción es la que controla a la persona y no la persona la que tiene un control sobre su emoción.
Es aquí donde hay que pedir ayuda a un profesional cualificado, como son los psicólogos. Es el mejor profesional que puede ayudarte a mejorar la gestión de tus pensamientos y de tu conducta alimentaria complementado con el apoyo de un dietista nutricionista.
Si quieres que sea yo el profesional que te acompañe en un proceso de cambio o mejora en tu conducta alimentaria no dudes en contactar conmigo.